jueves, 4 de septiembre de 2008

Silencio



La batalla era feroz.
Max, se encontraba parapetado en una trinchera que había sido cavada por los cuerpos que yacían bajo sus pies. No tenía ni siquiera un simple rifle para defenderse. Sólo cabía esperar que no cayera ninguna granada o mortero en el lugar donde él se encontraba.
Rezó.
De prontó, el silencio se hizo presente. Hasta parecía que ni el aire se movía.
Por entre unos trozos de lo que alguna vez fue un camión, observó en dirección a donde se supone se estaba batallando.
No había nadie. Ni siquiera los cuerpos estaban ahí.
Poco a poco el miedo comenzó a transformarse en angustia, y Max gritó fuerte el nombre de su compañera.
- ¡Maríaaaa!
No hubo respuesta.
Esperó algunos minutos más, mientras el silencio parecía cada vez ser mayor y más penetrante.
“Es extraño”, pensó, “el silencio puede llegar a hacerse sentir tanto como un gran bombardéo”
Lentamente salió de la trinchera.
Caminó varias cuadras, luego de recoger un fusil a pocos pasos de su abandonado escondite.
Ni siquiera había humo, ni viento, tampoco estaban los cuerpos de los que había estado combatiendo, ni las llamas que hace menos de media hora tenían convertido ese lugar en un infierno.
-¡Mariaaaaaa! - gritó nuevamente Max. Esta vez, tampoco hubo respuesta y sus gritos se apagaron rápidamente. Como “acayados”, pensó.
Se sentó apoyadándose en un muro de ladrillos.
- ¿Max? -. La voz venía al frente de donde él se encontraba.
- María, ¿donde estás? - preguntó Max al no poder ver a su compañera - ¿Qué sucede?
- Afuera, Max. Debes salir.
- ¿Como?- Preguntó el hombre en un estado cercano al pánico.
- Tú sabes solo,...
Nuevamente es silencio y aquella sensación de soledad inmensa.
El fusil y él, solos en aquella inmensa destrucción, en aquella vacía destrucción.
Esperó una hora más, llamó en todas direcciones a María, luego a sus amigos, a sus padres a Dios.
Nadie respondió jamás.
Luego de tres días apenas podía caminar y la sed lo estaba matando. Entre toda aquella destrucción no había nada para poder alimentarse. Pensó en echarse barro a la boca para refrescarse, pero el barro se había converrtido en tierra seca.
Sólo estaban el fusíl y él,... y el silencio terrible.
Se puso el cañón en la barbilla y disparó,...
- Saliste, por fin - dijo María acompañada por sus amigos– pensabamos que ibamos a tener que aguardar otra hora más, pareces un viejo. Ven, vamos a tomar algo.
Max salió de la cápsula y se reincorporó lentamente. Aun sentía algo de confusión. Tras él, habían varias personas esperando entrar en el juego. Miró la máquina: “1945, The Real Game”, decian las grandes letras de color violeta.
“ Sí, ya estoy un poco viejo para estos jueguitos”, pensó, mientras fue al puesto de comida.
Hace mucho tiempo que Max no disfrutaba tanto una gaseosa con hielo y unas papas fritas con mostaza.
Creative Commons License
El triturador de cabezas by Armando Rosselot is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-Sin obras derivadas 2.0 Chile License.
Based on a work at www.eltrituradordecabezas.blogspot.com.