sábado, 12 de septiembre de 2009

De Mar y Promesas




La brisa marina me lleva una vez más hacia el ventanal. Tiemblo al recordar las noches, mañanas y tardes con Sofía.

La promesa.

Ella llegó a mí una triste tarde de abril, cuando lo único que deseaba era ser tragado por las aguas del gris océano, ser barrido de los recuerdos y la rutina.

La encontré nadando graciosamente entre las frías e inmensas olas. Redondas como todo su cuerpo y espumosas como el éxtasis que experimentábamos varias veces al día. Entre sus prohibidos rincones supe que había más, mucho más de lo que cualquier hombre hubiese deseado. Más de lo que cualquier profeta sermoneara en sus más íntimas tertulias.

Fui algo mucho mayor a lo que un hombre pudiese creer. He conocido el placer inmenso de la unión de algo superior a la carne y los besos huracanados de dos enamorados que han esperado mucho para estar solos.

El ser algo tan grande que ni siquiera tu nombre recuerdas.

Por eso le llame Sofía, como mi desaparecida mujer. Ella sólo me llamó pez loco.

Ella hizo que le entregara mi vieja existencia, y los pocos sueños que aun cobijaba mi mente enferma y solitaria.

Siempre prometió curarme.

Ayer por la tarde apareció su silueta en el mar. Me sonrió dulcemente, como siempre lo había hecho, cuando corrí a su encuentro y me envió un beso.

Era la señal que acordamos para el momento en que ella vendría por mí y cumpliría su promesa.

Me dijo que el dolor sería pasajero, que no desesperara, que siempre iba a estar a mi lado. Que nunca me abandonaría. Que sería joven una vez más.

Sé lo que dicen las leyendas sobre esas mujeres, sé lo que han vivido marineros y exploradores por siglos. Sé sobre las traiciones, las muertes, el miedo y la oscuridad.

También sé, que esta habría llegado hace dos años si mi destino no me hubiese mostrado a Sofía, que me espera con otras como ella en las frías aguas de abril. Ahora llueve y su canto me invita a salir corriendo hacia las aguas y ser convertido en un ser como ella.

No sé si realmente cumplirá su promesa, pero dos años de regalo, de recuerdos intensos como la misma muerte, no deben ser en vano, y no debo temer. Más que mal, será lo que siempre quise: ser llevado por el mar en un batir de alas húmedas y oscuras.

Alas de mar y promesas.

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