Mireya, aun no se acostumbra a su nuevo barrio. Es muy grande y en él hay mucha gente famosa, simpática y comprensiva; pero lo que más lamenta es no tener a su mejor amiga, Ángela, cerca.
Para llegar donde ella y divertirse, debía recorrer todos los días muchas calles y un patio lleno de lamentos e incertidumbre.
Mireya está hace un mes y una semana, desde que se fue del hospital, en una pequeña casa antigua, llena de cruces, nombres desconocidos y polvorienta.
Y sólo tiene a Ángela para jugar. Ella la entiende de verdad.
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