lunes, 6 de abril de 2009

Trinidad


Ambos se estrellaron aparatosamente en la esquina de Quinta con Tres Norte. Volaron sesos, ojos y vísceras.

                Corrí espantado a recoger los restos de mis amigos.

 

                - Dios mío - pensé -, siempre habíamos sido los tres, los tres compadres, compañeros de juerga y de muchas cosas más. Ahora veía como mi soledad se acercaba innegablemente a quedarse por siempre a mi lado.

 

                Traté de juntar sus trozos. Los trataba de  pegar con la poca saliva que tenía mezclada con mis lágrimas. Los abracé con fuerza mientras la sangre me envolvía con su  metálico aroma hasta que no pude más y caí desmayado por  la congoja e impotencia.

                Cuando llegaron los Otros a recogerme y enviar mi triste soledad a un nuevo sitio, ya no había restos de mis compañeros, ni de la colisión, ni de la sangre.

                Ni de mí.

                Mi cuerpo es otro, mi mente es otra. Todos los recuerdos son muchos, y aun no logro ver claramente de quien es cual.

                Ahora estoy bajo las llaves de  una de las habitaciones para los solitarios. Pero no lo estoy. Hablo y comparto con mi mente triple, hay recuerdos triples, amores triples, odios triples. También un triple deseo de libertad.

                Seis ojos ven más que dos, dicen. Y creo, perdón, creemos; que escapar de aquí será  muy fácil. 

Demasiado fácil.

                

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